¿Acaso existe algún manjar que supere al sabor de una mujer?
3 sumisas, 3
Dominantes... una noche inolvidable.
Antes de darme cuenta esa delicada figura se encontraba
sobre mi rostro, su piel tostada y nalgas rosadas eran una espléndida visión.
Mis manos estaban atadas a la altura de su cintura, sus manos también eran
atadas por finas cuerdas de algodón a la altura de su cabeza justo donde otros
pechos aguardaban para ser besados. Esa
fue la posición deseada por nuestros torturadores, los cuales arañaban nuestras
pieles para teñirlas de carmín; mi cuerpo reposaba sobre la alfombra, mi rostro
se adentraba en la húmeda hendidura y mi abdomen quedaba protegido por el
tercer cuerpo... el único lugar que quedaba al descubierto eran mis muslos y
vagina, la cual penetraban con un delgado y largo vibrador que se adentraba
cada vez mas y con mayor intensidad, mis muslos se contraían con brusquedad,
sentía sofocarme, y la desesperación provocada por no poder juntar mis piernas
acrecentaba a cada segundo. Pero tenerla junto a mí era todo un deleite,
observar como mi amo o el suyo dibujaban
marcas rojizas en su piel, sentir sus rítmicas contorsiones, escuchar sus
suaves gemidos, saber que era parte de esa tortura, de ese estado de confusión,
en el cual se pierde la noción del dolor o del placer, ese momento en donde te
encuentras perdida o indefensa ante las múltiples sensaciones en donde tu mente
no sabe que elegir, a que prestarle atención... ¡Vaya delicia!
Del tercer cuerpo poco sé. Se encontraba casi fuera de mi
visión, pocas veces pude apreciar sus rasgos, esa excitante expresión en su
rostro, o como mordía su labio inferior al sentir una caricia o como abría de
manera casi imperceptible sus labios al sentir el calor del látigo.
Cambiamos de
posición, ahora me encontraba de rodillas sobre la tercera chica, me
resultaba incomodo, extraño... más bien me parecía una posición vergonzosa en
donde no podía huir del dolor o del placer, mis brazos se encontraban
completamente inmovilizados y mis piernas luchaban para mantener la postura, la
húmeda sensación de unos labios se adentraron en mí por vez primera. Los pechos
de esa hermosa figura reposaban en mi rostro, delicado sabor a terciopelo.
Todo concluyó tal como inició. Sin ser consciente de cuándo
o como.
Solo queda decir que amé cada golpe, cada beso, cada caricia
y a mis dos amadas chicas.
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