Aun me encontraba inmersa en la oleada de sensaciones, sin
embargo ya no nos encontrábamos sesionando, solo quedaba mi amo y dos amigos.
Mi amo se despidió de los pocos invitados que aun hablaban
amenamente en el comedor, indicando que iría a dormir, pero podíamos permanecer
en la estancia por el tiempo que creyésemos conveniente.
La conversación duró poco, me sentía en el borde del abismo
en un punto intermedio entre la conciencia y la inconsciencia, flotando en ese
tortuoso estado que me impedía pensar o hablar con claridad.
Subí las escaleras, pedí el permiso e inició...
Una mano familiar acarició mi rostro y desde el primer
contacto mi cuerpo y alma se rindieron ante toda resistencia o decoro. Los
delicados movimientos me guiaron hasta
posicionarme en el centro de la sala, donde vendaron mis ojos.
Energía, eso era todo, mareas de deseo acumulado en mi
entrepierna palpitante que se esparcieron por todo mi cuerpo con la misma furia
del océano, nuestros labios se tocaron sin tocarse, absorbías mi esencia, todo cuanto
sentía te alimentaba; tus dedos que no tocaban mi piel, te veía aún con el
antifaz. Me doblegué ante tu voluntad. Fui tuya sin restricciones, el universo
se esfumó en una explosión de aromas y cálidos palpitares de una piel
torturada. Perdí cualquier noción de existencia, que no fuese ese momento en el
que intercambiamos dolor y placer, en donde todos los matices se tintaron de
placeres carnales. La vara o el látigo
solo fueron una extensión de la energía palpitante que gritaba por un beso.
Bese tus manos con la ternura de una niña que acaba de
experimentar el más dulce manjar y tu voz fue un eco ambarino el cual
cristalicé en ese rincón que solo sueña con complacer nuevamente a esas manos
que congelan el tiempo...
Cuando todo concluyó no reparé en el tiempo que se doblegó
al igual que yo, o en mi alma que se sintió tan liviana, como si toda
preocupación hubiese desaparecido y solo quedase esa tranquila sensación que
otorga la carne.
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